Siempre me ha sorprendido la increíble capacidad que tienen los políticos de uno y otro color para escaquearse de sus responsabilidades, de las cotidianas y de las grandes, y la facilidad para evadirse de sentencias y barrotes. Lo veo cada día y me cabreo, de impotencia, de rabia, de comprobar que la justicia no es igual para todos. Pero no me extraña su comportamiento; conozco su falta de criterio y personalidad. Aferrados a sus puestos, se convierten en la voz de su amo sin ser capaces de salirse de lo que les marcan desde arriba. Y lo cumplen porque nadie quiere perder su sillón. Son los grandes protagonistas cuando se trata de salir en la foto y dar la cara cuando todo va bien y, como grandes cobardes e ineptos muchos de ellos, esconden la cabeza cuando vienen mal dadas y, curiosamente, tienen la asombrosa habilidad de salir siempre indemnes.
Pero el escándalo del Madrid Arena supera cualquier límite imaginable. Ayer murió la quinta chica que tuvo la desgracia de acudir a la fiesta de ese maldito lugar y no volver jamás a su casa. Hasta este momento nadie ha asumido responsabilidades de ningún tipo. Las comparecencias de técnicos y políticos del Ayuntamiento de Madrid son una tomadura de pelo, todos eluden unas responsabilidades que tienen por su cargo, incluida la alcaldesa de la villa, a la que su puesto cada día le queda más grande. Un jefe de emergencias que desconocía que esa noche iban a reunirse miles de personas en un recinto cerrado, un concejal que dice que sí se lo habían comunicado, un médico de 77 años cuyas declaraciones son incalificables y que corroboran que, tanto la empresa como el Ayuntamiento, actuaron de forma chapucera e irregular saltándose todas las normas; un empresario avaro y sinvergüenza al que lo único que le importaba era hacer caja, aunque fuera engañando y manipulando...peores circunstancias no podían darse para acabar la noche como acabó.
No quiero, no puedo ponerme en el lugar de esos padres que han perdido a sus hijas de una manera tan absurda y evitable; no soy capaz de pensar en sus hermanos, en sus familias, en cómo pueden pasarlo viendo cómo políticos y empresarios se tiran la pelota y no pasa nada. Ésta es la gran desgracia, que después de un mes de la tragedia, todavía no hay culpables, ni nadie ha tenido la valentía de marcharse a su casa, ni nadie ha sido capaz de poner a más de uno en su sitio. Han muerto cinco jóvenes por la avaricia de un empresario y el ¿beneplácito? de unos cuántos políticos que hicieron la vista gorda a muchas irregularidades.
Salió mal y pasó que murieron cinco chicas; si hubiera salido bien, el empresario sin escrúpulos sería un poco más rico y los políticos, tan contentos frotándose las manos. Hasta la próxima.