Una tarde de invierno, de hace muchos años, llegué a una redacción de un periódico que en aquellas fechas ya superaba el siglo de existencia; una cabecera que recordaba desde la infancia cuando el cartero la dejaba cada día en casa de mi abuelo. Recuerdo el miedo, el temor de sentarme ante el ordenador y mi inexperiencia para manejar un programa del que jamás había oído nada, ni siquiera en la Facultad. En ese momento, empecé a dar mis primeros pasos en esta maldita profesión del periodismo vocacional.
Ahí seguí, cubriendo todas las secciones y todos los géneros; buscando reportajes para llenar semanalmente un suplemento, haciendo entrevistas a personajes peculiares, sorteando en algún pueblo las quejas de algunos vecinos ofendidos por lo que había escrito un día antes, descubriendo gente variopinta, viajando, aprendiendo, tropezando, desanimándome y emocionándome cada vez que veía mi firma en una buena información.
Ese periódico centenario que hace solo unos días cerró sus puertas para siempre, con 130 años de vida, fue mi gran escuela, donde aprendí, me espabilé y confirmé que me apasionaba la profesión, a pesar de todos los peros, trabas y zancadillas. El mismo que fue capaz de sobrevivir a una Guerra Civil y a la dura etapa de la posguerra ha sido incapaz de superar estos momentos tan difíciles, en los que mucho ha tenido que ver el hecho de que algunos creyeron que papel y ladrillo eran lo mismo, se manejaban igual y también podían llenarse los bolsillos.
El Adelanto de Salamanca tuvo la mala suerte, hace unos años, de caer en manos de quien no debía; de empresarios sin escrúpulos que buscaban en el periódico beneficios y contrapartidas que nada tenían que ver con este oficio, de empresarios que desconocían cómo funcionaba el sector, a quiénes la información, la libertad de expresión y esta maravillosa profesión les importaba un comino.
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Todavía recuerdo la última portada que hice una triste tarde de lunes como si la hubiera hecho ayer; como siempre me acordaré de la última portaba que publicó El Adelanto el pasado domingo, con un titular presagio de lo que ocurriría tres días después.
Me duele que poco a poco desaparezca la prensa local, de provincias, tan necesaria como útil; esa prensa a la que he dedicado 15 intensos año de mi vida, de mucho trabajo, tropiezos, victorias y derrotas. Ya puedo contar que trabajé tres años en un periódico que murió con 130 años de historia a sus espaldas, y que dejé doce años en otro, más joven, que fue capaz de ganar premios de diseño en Nueva York; pero ni uno ni otro pudieron cambiar el rumbo que marcaron personajes que llegaron al sector en busca de unos beneficios y prebendas que nada tenían que ver con el ejercicio del periodismo.
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